La lista de Epstein

Que las altas instancias de poder del mundo estén tan cerca de los bajos fondos resulta más que inquietante

No puedo profundizar en la lista de políticos, magnates, actores y famosos que aparecen en la lista de Epstein como visitantes de su maldita isla pedófila. Uno también tiene que leer a Gustavo Adolfo Bécquer, cuidarse la casi fiebre, pasear con su mujer, charlar con mis hijos y hacer vida normal. Además, siento una repugnancia innata a husmear en las inmundicias de la gente.

Sin embargo, la lista es de primera importancia. Que los hombres y mujeres más poderosos e influyentes del mundo sean hipócritas sin escrúpulos que abusan de menores en régimen de esclavitud es muy grave. Cualquier delito contra menores lo es, pero, si lo cometen los que dirigen los destinos del mundo (empezando presuntamente por Bill Clinton, ex presidente de la primera potencia), deberían saltar todas las alarmas.

Por lo obvio, primero. Si los que mandan son unos corruptos, son pasto fácil del chantaje y del miedo. El poder está en las manos de los que tienen en sus manos a los poderosos. La ética es sinónimo de libertad en muchísimos ámbitos, empezando por el más íntimo y moral; pero también en el más político y práctico. El corrupto, en cambio, es pasto fácil de la extorsión. Que nuestros mandamases tengan tantos puntos débiles escondidos en sus armarios, nos tendría que preocupar no sólo por repugnante, sino por hacerlos tan manipulables.

Lo menos obvio, es peor. Quien es corrupto tiene una fuerte pulsión de corromper a los demás. ¿Para calmar su conciencia por la vía del consenso? Sí. También por evitar que nadie le juzgue desde una superioridad moral que le aterroriza. Y, por último, porque el bien es difusivo, pero el mal disfruta parasitando a la inocencia. Por eso, esa extrañísima predilección por atacar a la infancia.

La cercanía de las altas instancias a los bajos fondos explica muchas de las constricciones y presiones que sufrimos los ciudadanos corrientes. La persecución de la hipocresía de esos sepulcros blanqueados debería ser una prioridad de la prensa libre. Hay que desenmascarar a esas gentes que nos imponen agendas climáticas cogiendo aviones privados de aquí para allá y para una isla donde se perpetran los delitos más vergonzosos.

Como hay que leer a Bécquer y jugar con los niños, tenemos una deuda de gratitud con los investigadores, con los periodistas que hacen honor a su nombre, con los fiscales y los jueces que revelan la verdad. Con su trabajo duro, nos protegen a todos.

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