El transhumanismo, corriente de pensamiento propuesta por el filósofo Nick Bostrom y de rápida expansión en el mundo actual, es “un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y de aplicar al hombre las nuevas tecnologías, para que se puedan eliminar aspectos no deseados y no necesarios de la condición humana, como son el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y hasta la mortalidad”.

En la búsqueda de tal objetivo, cada día menos utópico y bajo el curioso principio moral de que “si se puede, se debe”, cabe distinguir tres grupos de actuaciones para llegar a este futuro inquietante. En el primero destaca la idea de inmortalidad o, al menos, del aumento exponencial de la esperanza de vida. El estudio de la telomerasa, las investigaciones en el ámbito del “mejoramiento humano” mediante modificación genética, con especial acento en la edición de genes, y el uso de fármacos que aumenten la resistencia física y mental, constituyen el aspecto puramente biológico del intento.

En el segundo grupo, hoy algo más utópico, se incluyen los cíborgs, híbridos de hombre y máquina. Las prótesis inteligentes o los implantes cocleares son logros poco controvertidos de esta deriva. Ya no son sorprendentes las creaciones de partes artificiales del cuerpo y su evolución continua. En el horizonte final, el sueño de los transhumanistas es la “emulación cerebral”, esto es, la conquista de trasladar la mente humana completa a un sustrato no vivo y potencialmente inmortal. Lejana y problemática es una aspiración pavorosa. La fusión hombre-máquina es, pues, otra línea de supuesta superación de la debilidad humana.

El tercer grupo, de carácter exclusivamente tecnológico, consiste en la creación de una inteligencia artificial que tenga las potencialidades de una mente humana, pero increíblemente acrecentadas. La evolución de los ordenadores llevará de forma inevitable y espontánea a un superente, lo que se ha denominado la Singularidad Tecnológica. Se trata, señala el biólogo Rodríguez Palenzuela, de una especie de religión vuelta del revés: el ideal de una humanidad atea sería crear un ser parecido a Dios.

Estas tres vías buscan la generación progresiva de un nuevo individuo poshumano, pasando por una etapa de transhumanidad. Ello plantea formidables retos éticos. De éstos, gravísimos, me ocuparé la próxima semana.

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