Salarios apenas supervivientes

Hemos pasado de no poder comprar una vivienda a no poder siquiera alquilarla

Si hay una paradoja en nuestro mercado laboral, esa es la que confronta, rechinando, dos circunstancias. La primera es estructural: el hecho de que puntuamos casi más alto que ningún otro país comunitario en tasa de desempleo crónica, particularmente entre las cohortes de edad más jóvenes, las que deberán soportar el sistema de pensiones del futuro, y cuanto antes empiecen a hacerlo, mejor para mayores y jóvenes. La sostenibilidad de la prestación pública por retiro requiere, a falta de un Estado ideal superavitario, de la “solidaridad intergeneracional”, es decir, de que quienes cotizan para pagar las pensiones del presente son trabajadores que recibirán su pensión en el futuro, mediante las cotizaciones de otras personas de menos edad... ¡y activas!: nadie está haciendo una hucha propia con sus aportaciones al sistema. La segunda circunstancia que mueve a la paradoja es que resulta difícil a las empresas enrolar a candidatos con el perfil de aptitudes y actitudes necesitado, y mantenerlos. Hay dificultades para hacerse con técnicos y mano de obra en muchos sectores típicamente de alto nivel de contratación; por ejemplo, la construcción y sus sectores cercanos, como el medioambiental. Las nuevas expectativas de conciliación –con o sin hijos– y el rechazo de los horarios extensivos y muy presenciales por parte de los jóvenes cuentan también para que la oferta y la demanda de trabajo disten de constituir un mercado perfecto. El desajuste entre los requerimientos de las empresas y los profesiogramas de los buscadores de empleo, las nuevas y razonables exigencias vitales en un contexto de enorme desarrollo comunicacional, más la excesiva rotación de los puestos hacen que surja la paradoja: quiero un empleo, pero no a cualquier costa, no quiero ser explotado con la coartada (del mal patrón) de que hay que echar horas a cualquier precio, y que así ha sido y será. “Y esto es lo que hay”.

La paradoja laboral responde a un esquema que no dista mucho de otra (aparente) incongruencia que se da en el mercado de la vivienda: más bien una asimetría. Según UVE Valoraciones vía La Vanguardia (Las dos Españas en la vivienda), sólo en 13 provincias españolas escasea la vivienda, lo cual presiona al alza a los precios de las casas y, por ende, a sus alquileres. Certeza que debe ser considerada ceteris paribus, o sea, “permaneciendo constantes el resto de los factores” que puedan incidir en dicho mercado: si hablamos de vivienda rural o urbana, zonas caras y baratas, con dotación de infraestructuras de transporte, deseables para segunda vivienda, objeto de subsidios públicos. Visto desde el otro lado: en 39 provincias sobran casas y, por tanto, los precios son asumibles por los bolsillos de (casi) todo nivel, y todo ello en caso de que –tengan el precio que tengan– alguien desee comprar, excedente típico, por ejemplo, en la “España vacía”: hay pueblos que se venden casi enteros. O sea, que no hay venta. Emerge una lacra socioeconómica: hemos pasado de no tener dinero para comprar una casa a no tener dinero para alquilarla siquiera.

Ambas contradicciones son sólo aparentes, porque los mercados nunca han sido perfectos ni lo serán: que sobren –según el informe de UVE– 433.000 alojamientos no significa que quien no tiene y busca se vaya a ir, digamos, a vivir a un pueblo a 500 kms. de donde reside en casa de sus padres. Además, las contradicciones van de la mano: “si no puedo acceder a una vivienda, siquiera alquilada, con los salarios que me ofrecen, no me interesa el trabajo”. Unan a esto que las personas jóvenes tienen ganas de hacer otras cosas que trabajar. EL ajuste no es fácil. Para demasiados millones de españoles, los salarios no responden a los precios de sus necesidades vitales.

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